domingo, 4 de marzo de 2018

El exceso de pasión.

La música en directo siempre me parece mejor que la música enlatada. La comunión entre los músicos y el público le da un plus que supera las pequeñas incomodidades del directo.
Una de las pequeñas incomodidades es el vecino apasionado, ese fan de los artistas que ha ido al concierto a demostrar que se sabe todas las canciones y que no sospecha que has pagado una entrada para escuchar a los músicos, no a él.
El viernes fui a escuchar a Brothers in Band, una banda de tributo a Dire Straits que lo borda. Ir a escuchar música de Dire Straits tiene dos barreras protectoras contra el vecino apasionado: a) el nivel de inglés medio en España es el que es y b) sus canciones tienen largos fragmentos instrumentales. La estadística estaba de mi parte.
Pero no. A cosa de metro o metro y medio de mí, me tocó un apasionado. Lo identifiqué porque empezó a aullar muy pronto, nada más apagar las luces de la sala. La barrera a) funcionó a la perfección, el vecino apasionado dio palmas cuando el batería golpeaba las dos baquetas, se puso en pie de un salto cuando el cantante hizo un leve gesto con la mano, pero era incapaz de cantar más de tres palabras seguidas del estribillo. Respiré tranquilo, parecía que iba a poder escuchar a los músicos por los que había pagado 35€. Hasta que llegó el primer punteo de guitarra. El aficionado apasionado empezó a tararearlo a grito pelado. La barrera b) había saltado por los aires. Si el sonido de una voz humana bella queda destrozado acompañado por una voz humana estridente, el efecto de una voz humana tapando a una guitarra es devastador.
Imaginé todo el concierto así, un tiroriro tapando la guitarra cada vez que sonasen los punteos de Mark Knopfler que tan bien imitan Brothers in Band. Afortunadamente, la misma pasión que amenazó arruinarme el concierto, me lo salvó. El espacio entre su butaca y la de delante se desveló como claramente insuficiente para las efusiones coreográficas de mi vecino y decidió ir a un pasillo donde le resultaba más fácil explayarse y desde donde no me llegaban sus tariros.

martes, 27 de febrero de 2018

El reto intelectual de la equidistancia.

Cuando palabras como "tibio", "desafecto" o "neutral" adquieren connotaciones peyorativas es que la sociedad que las usa con esa acepción está enferma de fanatismo. Ahora "equidistante" es un insulto. O mejor dicho, es una aberración. Para el fanático, o sigues sus dogmas, todos, o estás contra él. No le cabe en la cabeza que le puedas dar la razón en algunos temas y en otros se la des a su adversario. Y el colmo de la aberración es, para él, que no le des la razón ni a él ni a su adversario. En su mente simple, solo existe lo malo y lo bueno. Hace un esfuerzo mental para ubicarte y pasar de un mundo de dos estadios a un mundo de tres, y te llama equidistante. Lo dejas en paz, cómo vas a conseguir que entienda que el mundo no tiene tres estadios, sino que son infinitos..

viernes, 16 de febrero de 2018

No sabes que lo sabes.

Creo que fue Agustín García Calvo quien dijo que la gramática es eso que sabemos sin saber que lo sabemos. A todos nos resulta bastante fácil construir oraciones gramaticalmente correctas, pero nos resulta mucho más difícil explicar por qué esas oraciones son correctas o no. Esta aseveración es cierta mientras no nos salimos de nuestro idioma. Cuando abandonamos el terreno que conocemos desde niños, sufrimos más.
En los últimos años, la traducción automática está avanzando mucho, pero aún así, de vez en cuando nos encontramos con frases ininteligibles. Las herramientas de las redes sociales (Facebook, Twitter, Youtube...) nos ofrecen  traducciones a nuestro idioma de las publicaciones hechas en otras lenguas. Tengo la sensación de que las traducciones de publicaciones en inglés de hispano hablantes contienen muchas menos construcciones erróneas que las de publicaciones de autores que tienen el inglés como lengua materna. Facebook, por ejemplo, ofrece la posibilidad de evaluar la calidad de las traducciones. No tendría que ser difícil, por lo tanto, cuantificar si la sensación mía tiene una base real o no. De ser cierta mi hipótesis, se confirmaría, una vez más, que la gramática que aprendemos de niños sin saber que la aprendemos es un armazón mental del que no nos podemos desprender.

domingo, 14 de enero de 2018

Micromachismos.

En pocas horas, recibí tres mensajes en los que tres hombres distintos hablaban de "hacer de canguros" porque tenían que cuidar a sus hijos. No les reproché nada porque me temo que yo también habré usado esa expresión. Pero no estaban haciendo de canguros, estaban haciendo de padres.

martes, 2 de enero de 2018

La tiranía del deporte rey.

Hace unos meses (*), fui a jugar un partido de baloncesto. Era la fiesta mayor de un pueblo cercano e invitaron al equipo de mi barrio.  Al llegar a la pista polideportiva, se estaba disputando un partido de fútbol sala. Las gradas estaban llenas. Entre el público encontré a una más que conocida pero menos que amiga. Charlé unos segundos con ella y el entrenador nos ordenó empezar a calentar. Estaba guapa, la puñetera.
El encuentro transcurría con una cómoda ventaja para nosotros.Cuando faltaban tres o cuatro segundos para acabar, provocamos una violación del rival. David sacó desde nuestro campo, recibí en mitad de la pista y lancé, y encesté. Vaya pedazo de triple. Podía presumir un poco delante de la chica guapa. Miré hacia la grada y la chica ya no estaba. Ni ella ni nadie. Se había marchado todo el mundo.
Maldito balompié.

(*) Entre 300 y 400 meses.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Ha bajado mucha agua.

Después de las últimas elecciones en Cataluña, mucha gente dijo que todo seguía igual. Leyendo solo la aritmética parlamentaria, puede parecerlo: algo más de la mitad de los escaños para el bloque independentista con algo menos de la mitad de los votos. Pero, como dijo Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río. Por el cauce de la política catalana ha bajado mucha agua durante los últimos meses como para ignorar que el río ha cambiado.
Hemos aprendido que, con la mitad de la población a favor de la independencia, no te va a reconocer ni el tato en la comunidad internacional.
Hemos aprendido que intentar prohibir un acto en el que quieren participar dos millones de personas no te hace ganar ni un voto entre esos dos millones de personas.
Hemos aprendido que fracasar desde el gobierno cuando intentas prohibir un acto te hacer perder votos entre los tuyos.
Hemos aprendido que la mayoría silenciosa no era mayoría.
Hemos aprendido que había mucha más gente silenciosa de lo que creían los que negaban la existencia de esa mayoría.
Hemos aprendido que insultar y menospreciar al otro bando en situaciones polarizadas, te hace ganar votos en tu bando, pero no hace cambiar de bando a nadie.
Hemos aprendido que, para evitar la independencia, bastaba con promulgar la aplicación del 155 y enviar policías a los despachos. No hacía falta enviar a los antidisturbios el 1-O ni que el fiscal solicitará prisión incondicional para los encausados.
Hemos aprendido que el independentismo tiene ahora un techo en el 50%. Para un movimiento que ha hecho del victimismo un importante combustible, tener líderes en la cárcel o huidos, no es un hándicap, es queroseno.
Hemos aprendido que el constitucionalismo tiene ahora un techo en el 50%. Poca gente más arrancarán del abstencionismo.
O quizás no hemos aprendido nada y solo son deducciones mías.
Porque si los que toman decisiones han llegado a conclusiones parecidas a las mías, durante la próxima legislatura no se convocarán referendos de manera unilateral, no se enviará a los antidisturbios a intentar evitar lo inevitable, los fiscales serán más prudentes, no se declararán independencias inviables. Y no lo harán porque se habrán dado cuenta de que no es efectivo, no porque lo consideren ético.
Así que, aunque los gobiernos de Madrid y Barcelona seguirán manipulando sus televisiones públicas, el otro bando seguirá siendo antidemocrático, se seguirán retorciendo las leyes y reglamentos a favor del que los aplica y la mitad de los catalanes seguiremos convencidos de que la otra mitad está profundamente equivocada y nos lleva a la ruina; espero una legislatura bastante más tranquila.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

La hora de los traidores.

Si las encuestas electorales se cumplen, o solo se desvían algunos puntos, el próximo Parlament será un instrumento inútil para las grandes decisiones de la historia. Bueno, más que grandes, grandilocuentes. Ni podrá declarar la independencia ni sacralizar la unidad de España. Podrá hacer otras muchas cosas que nos pueden favorecer a perjudicar a los que quedamos amparados por su manto legislativo. Pero, para eso, será necesario que bastantes diputados se salten sus líneas rojas, ese mecanismo mental que venden como coherencia pero que apesta a fanatismo. Para empezar cualquier proyecto, hará falta que que un número importante de diputados pacte con aquellos con los que dijo que no pactaría jamás. Y tendrán que escuchar que todos los que están a su lado de La Línea Roja pero en otro partido les llamen traidores. Y, lo que es peor, muchos de sus votantes también se lo llamarán. Será el precio que tendrán que pagar para garantizar que la escuela respeta sus valores religiosos, o favorece la igualdad de oportunidades (que cada uno escoja); para presentar una candidatura decente a una agencia Europea... No hablo de tender puentes, restañar heridas, unir sociedades ni otras mil frases rimbombantes. Hablo de tragarse muchos sapos para poder asfaltar un puñetero camino rural. O seguir como ahora.
Ha llegado la hora de los traidores. Los necesitamos.
Y ahora, a seguir con los eslóganes. Cuantos más votos saques, menos sapos tendrás que tragarte.