domingo, 26 de noviembre de 2017

Parecía una canasta fácil.

Si has jugado a baloncesto (y no eres un crack) reconocerás la situación. Has recibido la pelota a tres metros de la zona, por tu lado bueno y entre tú y la canasta hay una diagonal limpia de rivales, Sales disparado hacia el aro y después de dos botes te encuentras rodeado de defensores, con las líneas de pase cortadas y ya has saltado. Tu única opción es lanzar de cualquier manera y esperar que la hostia que te vas a llevar (eso es lo único seguro en esta jugada: la hostia) sea considerada falta personal por algún árbitro. Casi nunca la pitan, es más, a veces hasta deciden que el choque es culpa tuya y te pitan falta en ataque. Por lo menos, tu afición más incondicional te aplaudirá y acusará al rival de juego sucio y a los árbitros de tragarse el pito.
Carles Puigdemont está en la misma situación. Vio una oportunidad que parecía fácil para la independencia. Sin embargo, cuando el objetivo parecía más cercano, se dio cuenta de que era inalcanzable. Intentó sacar el balón fuera convocando elecciones autonómicas, pero las líneas de pase estaban cortadas. Así que hizo lo que hacemos todos los jugadores malos de baloncesto, soltar la pelota de cualquier manera (hacer algo parecido a una declaración de independencia), acomodar el cuerpo para que la torta no haga mucho daño (largarse a Bruselas) y mirar cómo el árbitro (la UE), de señalar alguna cosa, señala falta en ataque. Eso sí, la afición incondicional protesta al rival y al árbitro, pero no culpa nunca a su jugador de haber tomado una decisión errónea.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El adoctrinamiento en las escuelas.

Hace unos días, el PP inició una campaña en la que denunciaba  el adoctrinamiento de los niños en las escuelas catalanas. Inmediatamente los altavoces independentistas llenaron las redes sociales de niños disfrazados de guardiaciviles, toreros  o legionarios. Mi primera reacción fue pensar que no es lo mismo que unos padres eduquen a sus hijos con un determinado sesgo a que lo haga la escuela. Da la casualidad que hace poco leí La Isla de Robinson, una novela de Arturo Uslar Pietri en la que se narran los últimos años de Simón Rodríguez, el que fue maestro de Simón Bolívar. Este pedagogo dedicó sus últimos esfuerzos a crear una escuela que creara "hombres para la república americana". Simón Rodríguez estaba convencido de que sin una educación en valores, la naciente república fracasaría. El objetivo de la escuela debe ser ése: educar en valores. ¿Y qué diferencia hay entre educar en valores y adoctrinar? La respuesta me la dio una amiga vegetariana que se enfadó porque en la escuela de su hijo habían decidido dar a los niños cada día un vaso de leche para merendar. Adoctrinar es educar en valores que yo no comparto.
Así que a la pregunta de si la escuela catalana adoctrina, mi respuesta es: Sí, claro, como todas. Por eso algunos estados, como Alemania, se reservan en la constitución el control de la enseñanza.