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viernes, 18 de diciembre de 2009

La que ha liado Walt Disney.

Hace mucho tiempo, en las sabanas africanas, unos homínidos descubrieron que añadiendo carroña a su dieta mejoraban su salud y se reproducían más. Como su organismo no estaba diseñado para la caza, ni garras, ni extremidades veloces, ni mandíbulas poderosas, tuvieron que suplir sus carencias con una novedad revolucionaria en la evolución animal: el uso de herramientas. No se sabe muy bien cómo, pero esta modificación evolutiva trajo consigo una capacidad mouy poderosa para añadir complejidad a temas aparentemente simples. Del miedo a la muerte de todos los animales nació la religión. Del impulso reproductivo necesario para la perpetuidad de la especie, nacieron frutos tan complicados como el amor o la pornografía. De la incapacidad del hombre para digerir la carne fresca, nació la cocina. De la necesidad de matar animales para comer, se crearon fiestas como la matanza del cerdo o la lidia del toro.
Curiosamente, mientras algunos de estos frutos reciben el beneplácito general, como el amor o la cocina; otros afrontan la feroz oposición de mentes puritanas, como pasa con la pornografía o la tauromaquia.
Sólo he asistido dos veces en mi vida a corridas de toros, de la última hace ya más de veinte años. Hace seis o siete que no veo un festejo por televisión. La desaparición de las corridas de toros no supondría para mí la más mínima molestia. Lo que sí que me molesta es que unos cuantos puritanos se crean únicos poseedores de la verdad y me quieran obligar a participar de sus escrúpulos. Probablemente, en los próximos cuatro o cinco años, ni veré pornografía, ni asistiré a festejos taurinos ni practicaré la coprofagia; pero no se lo prohibiré a nadie ni quiero que me lo prohíban.