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miércoles, 23 de mayo de 2012

Deuda externa, deuda eterna.

Recupero un eslogan de hace algunos años. Tuvo cierto éxito entre los buenistas e ingenuos que compramos en tiendas de comercio justo, hacemos aportaciones a ONG de solidaridad internacional, y creemos que la aportación del 0'7% de nuestro PIB a proyectos solidarios es un acto a la vez de justicia y egoísta porque redundará, a la larga, en nuestro beneficio. Vamos, cuatro gatos. Queríamos que se perdonara la deuda impagable de los países del Tercer Mundo. Nos llamaban, eso, buenistas; también iluminados. Nos decían que teníamos pobres más cerca de los que preocuparnos, que dar dinero a los países pobres era arrojarlo a las redes de corrupción de esos países. Esto pasaba, como digo, hace algunos años. Cuando en este país atábamos los perros con longanizas, cuando estábamos a punto de superar a Francia como potencia económica mundial, cuando nuestro sistema financiero estaba en la Champions League.
Ahora habéis descubierto que teníamos razón, que la deuda externa de un país puede convertirse en eterna, que, aunque las élites de un país sean corruptas, los ciudadanos de ese país pueden necesitar y merecer la ayuda exterior.
Si algún día salimos de ésta, algunos volveremos a recordar que nuestra ayuda al Tercer Mundo es justa y necesaria. Espero que entonces seamos más.