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domingo, 11 de septiembre de 2016

Clientes y jefes.

Hace unos días charlaba con un veterano entrenador. El hombre se quejaba, entre amargado y resignado, de que mucha gente se veía capacitada para juzgar su trabajo. No quería polemizar con él, pero pensé "bienvenido a la sociedad de mercado". Desde que nos incorporamos al sistema académico, vivimos guiados por tutores y juzgados por expertos (muchas veces, la misma persona). Gente que sabe más que nosotros (o que se supone que sabe más que nosotros), nos dice cómo debemos hacer las cosas y nos juzga si las hacemos bien.
Un buen día, nos incorporamos al sistema productivo. Cada vez quedan menos puestos de trabajo en los que el superior sabe hacer mejor las cosas que nosotros. Ya no tenemos tutores que nos guíen ni expertos que nos juzguen; tenemos clientes. Los clientes son personas que no nos dicen qué quieren y no tienen ni idea de cómo se hace nuestro trabajo, pero saben muy bien cuál quieren que sea el resultado de nuestro quehacer. Y eso es muy incómodo. Porque los clientes pueden pedir imposibles. Porque unos clientes pueden pedir cosas contradictorias respecto a otros. Porque no entendemos lo que quieren los clientes. Porque nosotros sabemos mejor que los clientes lo que necesitan.
En la sociedad de mercado, lo importante no es hacer bien nuestro trabajo, sino convencer a nuestros clientes de que nuestro trabajo es bueno. Puede parecer injusto, pero no es malo del todo. Si nuestro trabajo no satisface a los destinatarios del mismo, quizás no lo estamos haciendo bien, aunque nosotros estemos convencidos de de nuestra calidad. No basta con hacer bien nuestro trabajo, tenemos que explicarlo, tenemos que venderlo.
En cualquier caso, sea justa o injusta, es la sociedad en la que nos movemos. Más nos vale entenderlo. El veterano entrenador debe aprender que no basta crear mejores deportistas, su trabajo también consiste en convencer a los deportistas y sus padres de que lo hace.

lunes, 13 de abril de 2015

Si no mides la magnitud correcta, da igual lo preciso que seas.

En un programa debatían sobre la conveniencia del AVE. Uno de los que defendían que la inversión en este medio de transporte es una ruina decía que España era el país con menos pasajeros por kilómetro construido. Han dividido el número de billetes vendidos por los kilómetro de red y se han quedado tan anchos.
Supongamos dos líneas de tren de 1000 km cada una. Supongamos que en la línea A sólo se vende un billete para hacer el recorrido de cabo a rabo. Supongamos que en la línea B se venden dos billetes para hacer dos recorridos de 100 km. Según el método usado, la línea B es más rentable, puesto que se venden el doble de billetes para la misma cantidad de kilómetros construidos. Sin embargo, para la línea A se han vendido billetes para recorrer 1000 km., mientras que para la línea B se han vendido billetes sólo para recorrer 200. ¿Qué línea te parece ahora más rentable? Efectivamente, si medimos una magnitud incorrecta las decisiones serán probablemente incorrectas.
Más de una vez, en mi trabajo me han hecho medir cosas que no servían para saber que decisión era la correcta, aunque sí servían para hacer creer que la decisión tomada era la correcta.

martes, 11 de diciembre de 2012

Lecciones de física.

Hay un tipo de personaje que me pone nervioso. No sé cómo llamarlos, pero sus partidarios los llaman pundonorosos. En el deporte tienen muchos adeptos: esos ciclistas que se retuercen sobre la bicicleta para ir a la misma velocidad que su contrincante, esos futbolistas que persiguen incansables el balón sin conseguir tocarlo jamás. En el deporte, sin embargo, no son dañinos. A fin de cuentas, se trata de un espectáculo y ellos dan espectáculo. Donde de verdad resultan perniciosos es en el entorno laboral. Esa gente que envía mil correos (con un montón de destinatarios), que realiza trescientos seguimientos en excel, que visita a cien compañeros, que ofrece su ayuda a cualquiera que se lo pide, que prolongan interminablemente su jornada; para que después nadie lea sus pesados correos, nadie entienda qué demonios está siguiendo, todos reciban como una molestia sus visitas, sus ayudas resulte inútiles y ningún proyecto avance un ápice con sus aportaciones realizadas a altas horas de la noche. Tienen fama de trabajadores, pero el trabajo es fuerza x desplazamiento y, aunque ellos dilapiden muchas fuerzas, acaban por no mover nada: su trabajo es nulo.

viernes, 20 de enero de 2012

Reuniorrea

Desde hace algunos meses, mi trabajo consiste en cambiar la forma de hacer las cosas para, principalmente, ahorrar tiempo. Si consigo arañar cinco segundos a una operación que se hace 250.000 veces al año, me dirán que lo he hecho bien porque ahorro 350 horas de trabajo (y sueldos). Así voy, generando pequeños ahorros. Mi gran frustración es que no me dejan meter mano en la principal sangría de tiempo de mi empresa: las reuniones.
Una reunión es carísima: la suma de los salarios de toda la gente que interviene en ella. Debería emplearse con mucho cuidado, sin embargo es todo lo contrario.
Rara es la reunión que empieza a su hora, desperdiciando el tiempo de todos los asistentes que sí han sido puntuales.
Más rara aún es la reunión que termina a su hora. Lo normal son prolongaciones de entre un 50 y un 100% del horario previsto. Si yo tardase en ejecutar las tareas que tengo encomendadas un 50% más de lo que me han previsto, sería, por lo menos, reprendido. Si en vez de ser ineficiente una persona, lo somos cinco a la vez, no pasa nada.
Los chistosos. A veces conviene hacer algo menos árida una reunión, un mismo mensaje se puede dar de forma humorística y resultar más inteligible y digerible; pero el chiste por el chiste cuesta a la empresa mucho tiempo.
El jefe reiterativo. En no pocas reuniones he escuchado a mi jefe una y otra vez que debemos esforzarnos más y yo no he podido evitar pensar que si me dejase salir ya, podría acabar a tiempo la tarea que me había encomendado.
Las subreuniones. Cuando se convoca una reunión para tratar muchos temas, es comprensible que alguno no me incumba. Lo que resulta problemático es que haya muchos temas que no me incumban. Soy incapaz de escuchar por mucho tiempo a tres individuos de un tema que no me afecta. Y no soy raro, ver las caras de los demás excluidos de las subreuniones es lo único que, a veces, me libra del sueño.