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lunes, 30 de agosto de 2010

Negociar con terroristas.

Se me ocurrió retar a Ramón a opinar sobre tan peliagudo tema. Lo ha hecho y además me ha devuelto la pelota. Aunque ya hablé del tema cuando secuestraron el Alakrana, he recogido el guante sabiendo que me meto en un jardín del que es difícil no salir embarrado.
Ahora mismo, existen tres posturas conocidas:
a) La empleada por Zapatero con los secuestradores de Vialta y Pascual, negociar y pagar. No me gusta. Han obligado a terceros países a saltarse su legalidad liberando a un terrorista. Han aportado dinero a la banda que los secuestró, dinero con el que se podrán cometer más atentados.
b) La empleada por Sarkozy en el scuestro de Michel Germaneau. Es difícil dar por buena una propuesta que ha costado también bastante dinero al contribuyente y ha acabado con la vida del que se pretendía liberar.
c)
Ante la ineficacia de a) y b), abandonar a los secuestrados a su suerte. Mucha gente parece ser partidaria de esta opción, aunque todavía no aparezca ningún "lider de opinión" encabezándola. Me parece una opción egoísta y peligrosa. Se empieza así y se acaba omitiendo el socorro a un herido en accidente de carretera porque se la ha buscado él yendo demasiado deprisa.
Ninguna de las tres me convence.
Tal vez, definir terrorismo nos ayudará a encontrar una respuesta. Recuerdo haber leído que una acción terrorista es un ataque que intenta herir o matar a población civil con la intención de coaccionar a un gobierno. No todos los actos terroristas caben aquí, pero todos los actos que cumplen esta definición pueden calificarse como terroristas. Bajo esta definición, los mayores actos terroristas de la historia son los lanzamientos de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Creo que el emperador de Japón hizo muy bien en someterse a las coacciones terroristas recibidas. Se debe negociar con terroristas, igual que se debe negociar con los atracadores de un banco que mantienen rehenes. Eso sí, los terroristas (y los atracadores de bancos) tienen que salir convencidos de que podían haber acabado peor, pero que no les sale a cuenta repetir la acción. Esta premisa no se cumple en el caso del secuestro de de Vilalta y Pascual.