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jueves, 8 de diciembre de 2011

Los que ya hemos pasado por una crisis.

Uno de los síntomas de que te vas haciendo mayor es que repites cosas que hicieron tus padres a pesar de que, en su día, te parecían odiosas. "Teníais que pasar una guerra". Cuando mi hermana o yo nos quejábamos de la comida, de la ropa que nos habían puesto o de que no pasábamos unas vacaciones en la playa; mi madre respondía "teníais que pasar una guerra". Era su forma de decir que no sabíamos valorar lo que teníamos. A mí me parecía muy bestia desear una guerra para que el niño no se quejase de la fruta.
Mi generación es la última que vivió una crisis de verdad, la de finales de los setenta y principios de los ochenta. La reconversión industrial envió al paro a mucha gente, una inflación de dos dígitos se comía los ahorros de los pocos que los tuvieran, los tipos de interés, cercanos al 20%, hacían inviable el endeudamiento para invertir. Todo esto, acompañado de una extrema violencia: más de 100 asesinatos por año del terrorismo, fundamentalmente etarra, pero también del GRAPO y de los grupúsculos de ultraderecha; ruido de sables en los cuarteles; una delincuencia espoleada por la heroína.
El 17 de octubre de 1986, Barcelona era proclamada organizadora de las Olimpiadas de 1992. Creo que este momento simboliza la salida de España de la pobreza, el aislamiento internacional y el atraso. Los que ahora tienen 35 años, tenían entonces diez años. Ellos, y los que nacieron después, han vivido en un país en continua prosperidad, con algún pequeño inconveniente como el parón económico tras los Juegos o el estallido de la burbuja tecnológica, pero de muy pequeño calado. Haciendo sociología barata, he llegado a la conclusión de que han vivido demasiado bien y por eso se comportan como eternos adolescentes que piensan que pueden exigir con los derechos del adulto y con la irresponsabilidad de los niños. Muchas veces he pensado: "teníais que vivir una crisis". Ahora ha llegado la crisis y no estoy seguro ni de que nosotros estemos mejor preparados que ellos para afrontarla, ni de que esta crisis cambie la actitud vital de la mayoría. Quizás, si hubiese llegado una guerra, seguiría sin gustarme la fruta.