jueves, 21 de junio de 2012

El entrenador de emergencia.

Albert Camus dijo que todo lo que había aprendido en la vida se lo había enseñado el fútbol, o algo parecido. No andaba muy desencaminado. Cada año, a partir de enero, los equipos que se ven con el agua al cuello, cambian de entrenador para evitar el descenso. En la primera entrevista o rueda de prensa, el recién llegado lanza, casi invariablemente, los siguientes mensajes.:

  • Esta plantilla tiene calidad para evitar el descenso.
  • Me he encontrado un vestuario muy desmotivado.
  • Creo que nos salvaremos, pero la situación es complicada.
Luego, algunos se salvan y otros no.
A mí, esta entrevista me recuerda mucho a las que podría leer en las páginas de deportes.

sábado, 2 de junio de 2012

La niebla y la doncella

Esta vez, al sargento Bevilacqua y a la cabo Chamorro les toca intentar resolver un  caso en el que el principal sospechoso ya fue juzgado y resuelto. La novela es eficaz, como siempre resulta Lorenzo Silva, pero me parece algo más floja que las anteriores de la serie, "El lejano país de los estanques" y "El alquimista impaciente". La receta es la de siempre: tensión sexual no resuelta entre la pareja de investigadores, algo de moralina relativista, turismo por la periferia de  las españas (todo lo que no es Madrid), y la combinación de la inteligencia y la suerte para resolver el caso. Sin embargo, no me ha gustado ni la precipitada resolución del caso ni el largo epílogo tras la resolución, que quería ser intimista, pero resultaba tedioso.

viernes, 1 de junio de 2012

Contra el centralismo.

No quiero vivir en un país que no acepta la diversidad. Ni quiero vivir en un país monolingüe, No quiero vivir en un país centralista. No quiero vivir en un país en el que casi todas las inversiones se deciden en función de lo que le interesa a la capital. En definitiva, no quiero la independencia de Cataluña.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Deuda externa, deuda eterna.

Recupero un eslogan de hace algunos años. Tuvo cierto éxito entre los buenistas e ingenuos que compramos en tiendas de comercio justo, hacemos aportaciones a ONG de solidaridad internacional, y creemos que la aportación del 0'7% de nuestro PIB a proyectos solidarios es un acto a la vez de justicia y egoísta porque redundará, a la larga, en nuestro beneficio. Vamos, cuatro gatos. Queríamos que se perdonara la deuda impagable de los países del Tercer Mundo. Nos llamaban, eso, buenistas; también iluminados. Nos decían que teníamos pobres más cerca de los que preocuparnos, que dar dinero a los países pobres era arrojarlo a las redes de corrupción de esos países. Esto pasaba, como digo, hace algunos años. Cuando en este país atábamos los perros con longanizas, cuando estábamos a punto de superar a Francia como potencia económica mundial, cuando nuestro sistema financiero estaba en la Champions League.
Ahora habéis descubierto que teníamos razón, que la deuda externa de un país puede convertirse en eterna, que, aunque las élites de un país sean corruptas, los ciudadanos de ese país pueden necesitar y merecer la ayuda exterior.
Si algún día salimos de ésta, algunos volveremos a recordar que nuestra ayuda al Tercer Mundo es justa y necesaria. Espero que entonces seamos más.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Incoherencia.

Habían pasado dos meses y X todavía recordaba con rabia la mirada del camionero. Había acudido a protestar a la puerta de una granja en la que sabían que se maltrataba a los cerdos. Mientras estaban allí, salió un camión cargado de animales y el conductor les hizo un gesto obsceno. El camión se perdió en la carretera con rumbo a un matadero. Los matarifes trataron sin piedad alguna a los cerdos que ya habían tenido una vida deplorable. Destazaron a los animales, dedicaron las piezas más comerciales al consumo en fresco, la carne menos vistosa a embutidos y la casquería (ya nadie come casquería) la enviaron a la fábrica Z de comida para animales. Mientras seguía recordando al odiado camionero, X, luchadora por los derechos de los animales y vegana, abrió una bolsa de pienso Z y dio de comer a su perro.

lunes, 14 de mayo de 2012

El hombre invisible.

El protagonista de la novela es un malvado de tomo y lomo. Al acabar la novela, uno se queda con un par de dudas. ¿Qué vuelve más malvado al protagonista, el poder adquirido o el fracaso de no conseguir lo que esperaba con ese poder? ¿El poder corrompe al protagonista hasta hacerlo malvado o sólo desvela lo que ya existía en su interior y que se reprimía por cobardía?
Un par de preguntas que pueden extenderse a todo el género humano.