viernes, 9 de julio de 2010

No quiero quedarme sin opinar sobre la sentencia del Tribunal Constitucional.

El titulo no hace referencia a qué sentencia, pero supongo que es fácil adivinar que me refiero a la sentencia sobre la constitucionalidad del Estatuto de Cataluña. Llevo días dándole vueltas al asunto, pero no acabo de formarme una opinión. Podría decir la fantasmada de que he esperado hasta hoy para poder leer la sentencia y sus fundamentos, pero es, obviamente, entira. No me he leído la sentencia, ni el Estatuto, como la mayoría de los cientos de miles que se manifestarán mañana sábado y, me atrevo a decir, como la mayoría de los sesudos columnistas y radiofónicos.
Me gusta el Estatuto que ha quedado, pero no me gusta cómo hemos llegado hasta él. Me siento como si hubiera ganado un partido con un penalti injusto.
Me molesta que los dirigentes de los principales partidos catalanes digan que el Tribunal Constitucional no puede llevar la contraria a lo que ha votado Cataluña en un referéndum. Si un referéndum puede contradecir una constitución, no sirve de nada la constitución. Me han recordado a ciertos presidentes de club que acusan a los árbitros hacerlo mal porque llevan la contraria a los espectadores. Sin embargo, ver cómo se maquinaba para escoger los árbitros eliminando a uno porque dio un cursillo sobre reglamento a un o de los equipos, cómo se mantenían los árbitros escogidos por otro equipo a pesar de haber acabado su mandato, cómo tras ver la jugada repetida en la moviola durante cuatro años eran incapaces de llegar a una conclusión común, ha dado poca credibilidad a los árbitros. Volviendo al fúbol, si hay dudas sobre la falta, mejor no pitarla. Si se ha visto al árbitro de fiesta con los directivos de un equipo, todas sus decisiones estarán bajo sospecha.
A ver si al final van a tener razón los nacionalistas. Yo quiero seguir queriendo ser español, pero no sé si los españolistas me van a dejar.

5 comentarios:

Anouska dijo...

¿Crees que el españolismo tiene realmente fuerza, tal y como la tienen los nacionalismos periféricos? A mí me parece que no. Por cierto: Aupa la Roja,ha ganado España!!!

Mariano Puerta Len dijo...

El nacionalismo español tiene un estado que ya existe. Los nacionalismos periféricos no tienen estado. El estado es el único objetivo de los nacionalismos, sean aglutinadores como el alemán y el italiano en el siglo XIX, o disgregadores como el paquistaní en el siglo XX o el vasco en el siglo XXI. Por lo tanto, el nacionalismo español tien más poder, aunque necesite hacer menos ruido.

Anouska dijo...

la cuestión es que al tener ya el poder pueden hacer uso de él de forma racional y moderada (lo cual no quiere decir que siempre sea así), mientras que si tienes que luchar por conseguirlo los medios elegidos no siempre serán los más adecuados y justos. También creo que es bastante diferente un nacionalismo disgregador que uno aglutinador. En el primer caso se crea un enemigo que encarna todos los males y bajezas del mundo y al que se odia y desprecia. En el segundo no hay enemigo a batir, sino que se trata de la exaltación de un sentimiento de identificación y comunión. Aunque quererse a uno mismo demasiado a través de la patria puede ser todavía más peligroso, como nos demostraron por desgracia los alemanes.

Mariano Puerta Len dijo...

En Cataluña, muchos (y muchos quiere decir la mayoría) tienen la sensación de que el nacionalismo español ha sido, más que aglutinador, uniformador. La verdad es que el nacionalismo español ha estado en manos de muchos majaderos y asesinos. Algo tiene que haber hecho muy mal para que los nacionalismos catalán y vasco sean tan potentes mientras en Francia los mismos nacionalismos periféricos sean testimoniales.

Anouska dijo...

Pues la receta de Francia es bien conocida: centralismo puro y duro, sin complejos. Eso sí, haciendo del Estado el máximo garante de la igualdad de todos los ciudadanos, en derechos y en deberes. Este principio se pone por encima de peculiaridades regionales (incluidos los idiomas) y, por supuesto, de pretendidos derechos históricos, que no serían otra cosa que privilegios a abolir. Aquí a quien intenta aplicar esta fórmula se le llama fascista.De todas formas, la receta francesa no es la única ni la mejor, ni sería aquí la más justa y viable. ¿Sería muy complicado pasar del desigual estado actual de las autonomías a un auténtico federalismo?