sábado, 31 de marzo de 2012

¿Medidas justas?

Hoy voy a hacer un ejercicio de simplificación.
¿Es justo que todos obtengan lo que se merecen? ¿Es justo que todos obtengan lo que necesitan? Supongo que la inmensa mayoría responderá que sí a las dos preguntas. Sin embargo, los dos objetivos son diferentes y, en ocasiones, se deberá escoger uno u otro. 
Para la derecha, el más importante es el primero. Por este motivo les escandaliza que haya gente que se aproveche indebidamente de subvenciones, ayudas y subsidios. Por ejemplo, cuando Convergencia recupera el gobierno en Cataluña, ante las fundadas sospechas de uso fraudulento, cambia los requisitos y los mecanismos para cobrar la PIRMI. Por el camino, algunos de los perceptores de la misma pasan serios apuros   al dejar de recibirla.
Para la izquierda, el más importante es el segundo. Por este motivo les escandaliza que haya gente que caiga en riesgo de exclusión social por falta de subvenciones, ayudas y subsidios. Por ejemplo, cuando alguien denuncia  el fracaso del PER al ser incapaz de generar motores de riqueza en Andalucía, desde el PSOE siempre se argumenta que su eliminación abocaría a la pobreza a mucha gente y minimiza el impacto del fraude diciendo que si se cobran 400€ indebidamente, tampoco hay para tanto.
Ambas posturas son discutibles, pero honestas.
Con estas premisas, intento analizar la amnistía fiscal anunciada por el gobierno del Partido Popular. En dos ocasiones, se promulgaron amnistías parecidas por gobiernos del PSOE. ¿Es una medida de izquierdas o de derechas? Los beneficiarios de la medida, ¿necesitan el descuento de la presión fiscal del 45 al 10%? ¿merecen el perdón por los delitos fiscales cometidos? No parece una medida justa, ni por un lado ni por otro. Tendré que concluir que se trata, pues, de una medida de esas que llaman "pragmáticas". Término que acostumbra a ser un eufemismo para "injustas".

2 comentarios:

Mariano Puerta Len dijo...

Hola Mariano,

La lectura de las interesantes consideraciones de tu articulo ¿Medidas Justas?, básicamente acerca de la justicia, me ha generado el flujo de consideraciones que transcribo a continuación. Pretendía introducirlas como comentario en tu blog, pero las considero excesivas para este propósito.

Desde un punto de vista ético, y tal como Santo Tomás de Aquino la define de forma generalmente aceptada, la justicia es la principal de las virtudes puesto que dirige las acciones de la persona hacia el bien común: “el hábito por el cual el hombre le da a cada uno lo que le es propio mediante una voluntad constante y perpetua”. Se subdivide en tres clases que deben funcionar simultáneamente: la justicia conmutativa, que gobierna las relaciones de libre intercambio entre las personas, la justicia distributiva, que asegura la distribución de los bienes según la contribución de cada persona, y la justicia social por la que se aseguran las posibilidades de desarrollo para todas las personas.

A la luz de estos conceptos está claro que todos debemos obtener lo que merecemos y, al mismo tiempo, lo que necesitamos para nuestro desarrollo. No existe entre las tres clases de justicia ninguna diferencia en cuanto su objetivo conjunto, que siempre debe ser el bien común.

El uso sesgado de estos conceptos como arma de combate en la lucha entre distintos intereses económico-políticos, juntamente con la apropiación indebida y el uso perverso de términos como Estado Social, Estado de Bienestar, Solidaridad Interregional y Exclusión Social ha creado un confuso estado de opinión que, como indicas en tu artículo, llega a justificar el fraude. El planteamiento de la disyuntiva entre fraude y exclusión social es una falacia. El fraude es una injustificable conculcación de la ética y de la ley que supone un beneficio sólo para los tramposos y, por consiguiente, se opone radicalmente a la justicia social. La incapacidad o falta de voluntad de los gobernantes para aplicar esta última debe corregirse mediante cambios legislativos o de gobierno, nunca admitiendo conductas reprobables.

En el párrafo anterior he usado la palabra compuesta económico-político porque no logro disociar la economía de la política y por otra parte, los términos derecha e izquierda no me definen con claridad un marco ideológico que me permita identificar cuales son sus intereses diferenciados en relación a la aplicación de la justicia.

Finalmente, entrando en el análisis de la amnistía fiscal, hay que advertir que cualquier amnistía es un magnánimo acto de flagrante injusticia, puesto que suspende o impide la aplicación de la ley a los culpables, olvidando interesadamente la comisión del delito. Es una rémora del poder absoluto que nunca debiera aplicarse. En el caso de la amnistía fiscal, los perjuicios éticos y económicos superarán con creces a los injustificables beneficios, derivados de reconocer la existencia de un enorme fraude fiscal entre los opulentos cuyo control sólo forma parte de los objetivos prioritarios en los períodos preelectorales. Más que una medida pragmática se asemeja a una disposición para proteger a una especie amiga, justificada oportunamente por la situación de necesidad que viven los caudales públicos.

Y todo en el marco de una actuación gubernamental que, a mi parecer, hace ostentación de las mejores prácticas del mal gobierno, la primera de las cuales es atribuir todos los males a los inmediatos antecesores, escamoteando el hecho de que los fundamentos del estropicio se edificaron bajo los auspicios de un gobierno del mismo color y con muchos de los gobernantes del gobierno actual. Deplorable

Mariano Puerta Len dijo...

Releo la aportación de Petrus e intento trasladarla al orden práctico, a la sociedad que nos que creamos y que nos rodea.
Comparto su aversión al fraude, pero debemos ser pocos. Creo que uno de los principales problemas de nuestra sociedad es su tolerancia hacia el fraude. Cualquier medida encaminada a combatirlo es combatida con argumentos tan peregrinos como, "que empiecen por otros que defraudan más" o "esto ahuyentará a las empresas". Vivimos en una sociedad en la que se puede presumir de escaquearse con los impuestos sin recibir el mínimo rechazo social.
Con lo que no he sido capaz de bajar al orden práctico es con el concepto "bien común". He intentado simplificarlo y me he metido en un laberinto del que no he sabido salir. Ni siquiera separando los términos he tenido éxito. Leyendo a los economistas, que son los que aparentemente mandan en nuestras vidas, podríamos llegar a la conclusión de que el "bien" es el producto interior bruto. Me parece una visión demasiado mercantilista. Sustituyo el término "bien" por el termino "felicidad", que no excluye los bienes materiales pero sí que los relativiza. Supongamos que somos capaces de cuantificarla, ¿como podríamos evaluar su "comunidad"?, ¿por la suma de felicidades?, ¿por la felicidad mínima?, ¿por la máxima?.