El pasado fin de semana, un árbitro de 16 años fue agredido en un partido de benjamines por el padre de un jugador. Cuando pasan estas cosas, todos nos llevamos las manos a la cabeza. Sin embargo, estamos acostumbrados a asistir a partidos en los que se insulta a los árbitros y no nos parece grave. No quiero aparecer como el mensajero de la paz, yo también me he comportado alguna vez de manera poco edificante, por eso sé que es un mal muy extendido.
Si pegan a una mujer a la que hemos visto cómo insultaban y no lo hemos evitado, somos un poco culpables. Si pegan a un árbitro al que hemos insultado, somos bastante culpables. Probablemente, el energúmeno agresor no se hubiese sentido justificado si hubiese insultado solo.
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