lunes, 12 de marzo de 2018

La privacidad.

Ayer me metí en un pequeño charco defendiendo el derecho de todo el mundo a soltar en privado burradas sexistas, clasistas, racistas, filoterroristas, creacionistas... a soltar en privado burradas ofensivas de cualquier tipo.  Venía a cuento de los chascarrillos machistas de Lluis Salvadó que hemos conocido "gracias" a la publicación de unas conversaciones privadas.
Hoy me voy a meter en un charco mayor. De todo este asunto, lo que me parece de verdad grave es que nos hayamos enterado de esas conversaciones. Desde el entorno de Lluis Salvadó, ya se ha denunciado el uso partidista de esa información y su filtración a los medios. Una denuncia probablemente hipócrita, puesto que los mismos que se escandalizaban de que se conociera el "criterio" de Salvadó difundieron con alborozo los correos en los que un individuo relevante se manifestaba emPalmado. Otra prueba de que la denuncia era hipócrita: un día después, se hizo pública otra violación flagrante del derecho al secreto postal. Esta vez no la ha criticado nadie. Se publicó una carta de "El Chicle" a sus padres. No he visto quejarse a nadie. Este individuo tiene todos los números para ser condenado a una larga temporada en la cárcel y, por lo que ha trascendido, se lo merece, pero no conozco ningún artículo del código penal que hable de penas accesorias en las que se especifiquen castigos de "aireamiento de la correspondencia privada".
Hoy he leído por algún sitio que también están disponibles para el morbo público  las grabaciones de las conversaciones telefónicas de la presunta asesina de Gabriel.
Sé que casi nadie se quejará, pero me parece muy grave que sea tan fácil hacer públicas las conversaciones privadas bajo custodia judicial, sean de Salvadó, de Abuín o de Quezada.

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