martes, 29 de abril de 2014

El discurso del miedo.

Hace unos días, mi mujer vino diciendo que teníamos que cambiar los muebles del comedor. Yo creo que todavía podemos aguantar con los que tenemos y empezó la discusión. Bueno, no, que en mi casa somos muy civilizados. Empezó el debate.
Ella decía que en unas sillas nuevas estaríamos más cómodos, que los nuevos muebles aprovecharían mejor el espacio, que veríamos mejor la tele, que lo tendríamos más fácil cuando vienen invitados a casa, que el comedor tendría un aspecto más moderno...
Yo decía que en los muebles que hacen ahora caben menos cosas, que es un engorro vaciar todos los muebles, que los sofás de ahora tienen el respaldo muy bajo y no puedes apoyar el cogote, que ese cambio cuesta mucho dinero...
Ella me decía que en Ikea los muebles son bastante baratos.
Yo dije que de acuerdo, pero que no sé si sabremos montarlos.
- Es que nunca quieres cambiar nada.
- Si, dentro de un año, nos damos cuenta de que nos hemos equivocado cambiando los muebles, nadie nos devolverá el dinero ni podremos recuperar el sofá viejo para dejar de dañar nuestras cervicales.
- Sólo sabes utilizar el discurso del miedo. Yo propongo cambios que ilusionan y tú anuncias desgracias.
En ese estado de cosas, nuestro debate se parecía al debate sobre la independencia de Cataluña. Se parecía a todos les debates en los que una parte quiere mantener el stato quo y otra cambiarlo. Y es normal, ninguna ventaja se puede obtener de mantener las cosas como están. Los partidarios de cambiar las cosas magnificarán los inconvenientes de la situación actual (cualquier día se rompe una silla, la tapicería del sofá está muy sucia, parece un comedor del Cuéntame...). Los partidarios de mantenerlas sólo pueden decir: pues no está tan mal. En el otro escenario del debate, los partidarios de cambiar pueden argumentar innumerables ventajas reales, supuestas o inventadas. Los reacios al cambio pueden argumentar inconvenientes tan reales, supuestos o inventados como los esgrimidos por sus adversarios. Los partidarios del cambio pueden vender ilusión, los contrarios al cambio sólo pueden anunciar desgracias.
Cualquier enteradillo en márquetin dirá que, en cualquier discusión de este tipo, los partidarios de cambiar parten con una ventaja dialéctica.

jueves, 24 de abril de 2014

¿Quién es el estafador?

Me he encontrado esta curiosa historia en El País. Resumiendo mucho, un señor pintaba cuadros del estilo de pintores famosos y otro señor los vendía como si fuesen cuadros recién descubiertos de los pintores famosos. Y sacaba un montón de pasta, porque pasaban los cuadros fules como buenos a gente que entendía mucho.
Yo soy bastante analfabeto en lo que a pintura, especialmente la no figurativa, se refiere. Pero claro, si se publican listas de los "mejores" pintores, debería ser porque pintan los "mejores" cuadros. Y un cuadro no debería ser mucho mejor o peor por el hecho de llevar en una esquina un garabato u otro. Los cuadros pintados por Pei-Shen Qian no son peores porque ahora se sepa quién es el auténtico autor. Si alguien dijo antes que eran muy buenos y valían una pasta, y ahora dicen que son una birria; estos señores también son unos estafadores, aunque a ellos nadie los detendrá.

viernes, 18 de abril de 2014

Creación de marca.

Todos conocemos objetos que conocemos por la marca que los invento o popularizó. Sabemos de qué hablamos cuando decimos "celo", "tiritas", "postit"...
Lo que quizá pocos saben es que, cuando hablamos de "bambas", nos estamos refiriendo a una antigua marca de zapatillas que, a su vez, tomaba su nombre de un rey godo. Hoy, en casa de mi madre, he encontrado una caja de aquella marca.

miércoles, 16 de abril de 2014

Les negarán el último pequeño consuelo.


No sé quienes eran Esteban Ponsa, José Brunet ni Martín Torras. Ni lo que pasó el seis de septiembre de 1936.  Sin embargo, la fecha, el texto y los nombres en castellano y la cuneta, nos hace suponer que estos tres hombres, quizás muchachos, fueron víctimas del terror revolucionario que sacudió Cataluña durante los primeros meses de la Guerra Civil. Cuesta poco imaginar el miedo de estos tres hombres cuando los sacaron de sus casas y cuesta poco condenar su injusta muerte. Durante casi ochenta años, las personas que los quisieron y que lamentaron su muerte han tenido el pequeño consuelo de saber el lugar donde ir a llorarlos. Un pequeño consuelo que los seres queridos de miles de personas que también murieron injustamente en las cunetas de otras carreteras de España no han tenido. Solo reclaman eso y a ellos y a personas que, como el juez Garzón, los han ayudado los llaman revanchistas. Los hijos de aquellos asesinados son ya muy viejos y, pronto, no quedará nadie que busque a su padre o su madre en las fosas comunes del franquismo. Será la última vil victoria del Ejército Nacional.