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domingo, 5 de agosto de 2012

Delación.

Hace unos meses, se levantó una gran polvareda cuando Felip Puig, Consejero de Interior de la Generalitat de Catalunya, abrió una web en la que se podía denunciar de forma anónima los actos de vandalismo.
No me extraña el revuelo que se armó. Desde la lejana Inquisición hasta la dictadura franquista, la delación ha sido utilizada como arma de venganza por oscuros ciudadanos (cuantas vidas se habrán arruinado por denuncias falsas?) y como arma de amedrentamiento por el poder, el miedo al vecino es muy poderoso. Sin embargo, viendo cómo desde los mismos foros en los que se denunciaba esta web se publicaban vídeos para identificar a policías, no puedo dejar de pensar que los chivatos más peligrosos son (a veces) los que están enfrente del poder.
Sin llegar a situaciones en las que se defiende la seguridad nacional, cada vez que veo un coche aparcado en una acera obligando a las personas que empujan cochecitos de niño a bajar a la calzada, cada vez que tengo que esquivar los excrementos de perro que sus dueños no han recogido, cada vez que alguien me cuenta que se ha ahorrado una pasta pagando sin IVA, cada vez que alguien se cuela en un transporte público incrementando el déficit que acabaré pagando con mis impuestos, cada vez, en definitiva, que alguien se salta las reglas para empeorarme un poco la vida; me da mucha rabia que esa actitud quede sin castigo. Entre tomarme la justicia por mi mano y delatar al culpable, siempre consideraré peor la primera opción.