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viernes, 7 de mayo de 2010

El drama de la ludopatía.

Cuando alguien cae en esta perniciosa adicción, los nefastos efectos se extienden mucho más allá del incauto que cayó en ella creyendo que era capaz de ganar fácilmente. Obviamente, el primer afectado es él mismo, que probablemente se arruinará. Como somos seres sociales, arrastrará también a la ruina a sus allegados. Habrá otros, sin embargo, que ganarán de forma algo más segura con el juego: son los que hacen trampas. Sobornarán árbitros y jugadores para asegurarse los resultados por los que han apostado. De esta forma, adulterando las competiciones pueden llegar a hacerlas inviables. Puede parecer ésta la forma más fácil de ganar, pero no lo es. Un teléfono pinchado, una delación pueden dar al traste con el delictivo plan para asegurarse los beneficios. ¿Hay una forma más segura para ganar con el juego? Sí, ser a la vez apostante y árbitro. Imaginemos que el árbitro de un partido de fútbol apostase a quién será el ganador de un partido que el mismo debe arbitrar. Mejor aún, imaginemos que un juez de natación sincronizada apuesta por el resultado en la competición en la que él decide el ganador. Pues eso mismo son los grandes emporios inversores. Pueden apostar a que un valor, las acciones de una empresa, la deuda de un país, etcétera subirán o bajarán de cotización y a continuación provocar el movimiento que han previsto. Por ejemplo emitiendo una previsión desde una agencia de calificación, o iniciando un movimiento de compra o venta. El efecto es mucho más devastador que el de las mafias del juego en las carreras de caballos.