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domingo, 5 de enero de 2014

El árbitro que impartió justicia.

Corría el minuto 89. El equipo M veía que la final se le escapaba. Perdían desde el minuto 3 por culpa de un gol afortunado de los rivales. El buen juego de M no había servido de nada contra la férrea defensa y las triquiñuelas del rival. En ese momento, el delantero centro controló un balón en el área, regateó al defensa central, encaró al portero y, cuando parecía que ya había superado  al guardameta, éste se abalanzó sobre el delantero con las piernas por delante a la altura de la rodilla. La entrada fue escalofriante. El delantero, lesionado, tuvo que salir en camilla. El árbitro señaló el penalti y la expulsión de rigor. Tuvo que ocupar la portería un jugador de campo, puesto que el equipo rival ya había realizado las tres sustituciones. Sorprendentemente, el compañero del jugador lesionado, todavía conmocionado por lo sucedido, lanzó el penalti fuera. Al árbitro le pareció que aquello era injusto, la alevosa entrada merecía un castigo mayor. Si aquello acababa así, el portero expulsado acabaría siendo el héroe del partido, su equipo ganaría la final gracias a su antirreglamentaria acción. El árbitro decidió impartir justicia y señaló el círculo central indicando que había sido gol. En la prórroga, el equipo rival, con un jugador menos y sin un portero de verdad, se vino abajo, y M consiguió golear 4 - 1 para llevarse el título.
La doctrina Parot es algo así. Unos individuos comenten unos crímenes execrables y son condenados por ellos. Una vez cumplida la condena, un árbitro decide que la ley está mal hecha y decide prorrogar la estancia en prisión. Sólo si crees que el árbitro del partido actuó correctamente, puedes creer que la doctrina Parot es aplicable.