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sábado, 26 de marzo de 2011

Oliver Twist.

Hace unos días publiqué una entrada sobre el racismo en la que afirmaba que no todas las manifestaciones aparentemente racistas lo son en realidad. Oliver Twist da para hacer una manifestación de éstas: cuando un escritor inglés tiene entre manos una historia de un niño nacido en circunstancias difíciles, le sale una fábula moral en la que los buenos tienen su recompensa en la Tierra. Cuando la misma historia la tiene un escritor español, le sale una novela picaresca. Sería racismo si dijera que es algo genético. Evidentemente, es algo cultural, pero con un arraigo impresionante. ¿Alguien se imagina a un político británico negándose a dimitir después de descubrirse que ha recibido regalos sospechosos? No son menos chorizos que nosotros, pero cuando son descubiertos tienen mucha menos desfachatez.
Volviendo a la novela. Oliver Twist es, probablemente, el protagonista más pasivo de la historia de la literatura. Prácticamente no hace nada en toda la novela, casi todas las cosas le pasan, no las provoca. Para un lector del siglo XXI resulta un poco pesado el gusto decimonónico por la abudacia de adjetivos y el maniqueísmo de la novela. Encontramos personajes buenos, generalmente inteligentes y ricos; y personajes malos, generalmente tontos y pobres. Sólo uno de los personajes malos tiene algún impulso bueno. De todas formas, me temo que el racismo, los linchamientos públicos y el final feliz siguen haciendo de ésta una obra de éxito popular.