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viernes, 16 de febrero de 2018

No sabes que lo sabes.

Creo que fue Agustín García Calvo quien dijo que la gramática es eso que sabemos sin saber que lo sabemos. A todos nos resulta bastante fácil construir oraciones gramaticalmente correctas, pero nos resulta mucho más difícil explicar por qué esas oraciones son correctas o no. Esta aseveración es cierta mientras no nos salimos de nuestro idioma. Cuando abandonamos el terreno que conocemos desde niños, sufrimos más.
En los últimos años, la traducción automática está avanzando mucho, pero aún así, de vez en cuando nos encontramos con frases ininteligibles. Las herramientas de las redes sociales (Facebook, Twitter, Youtube...) nos ofrecen  traducciones a nuestro idioma de las publicaciones hechas en otras lenguas. Tengo la sensación de que las traducciones de publicaciones en inglés de hispano hablantes contienen muchas menos construcciones erróneas que las de publicaciones de autores que tienen el inglés como lengua materna. Facebook, por ejemplo, ofrece la posibilidad de evaluar la calidad de las traducciones. No tendría que ser difícil, por lo tanto, cuantificar si la sensación mía tiene una base real o no. De ser cierta mi hipótesis, se confirmaría, una vez más, que la gramática que aprendemos de niños sin saber que la aprendemos es un armazón mental del que no nos podemos desprender.

viernes, 19 de junio de 2015

Borgen: Una serie de ciencia ficción (II).

Como ya dije hace unas semanas, el principal defecto que le veo a Borgen es que algunas cosas de su trama me parecen increíbles. Por ejemplo, la Primera Ministra aparece en un episodio hablando en inglés con los representantes de una ONG y en otro hablando en francés con un ministro galo. Y en ambas ocasiones de manera fluida. Por favor. ¿Desde cuándo un jefe de gobierno sabe hablar algún idioma diferente al suyo materno?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El follón de los que no saben

Ante el requerimiento del TSJC a la Generalitat para que el castellano sea lengua vehicular y las reacciones que ha suscitado, sólo me queda suponer que los actores de este enredo no saben.
  1. Los jueces que no saben de matemáticas. Según la sentencia, se deben dar clases en castellano pero es competencia de la Generalitat determinar el porcentaje de horas lectivas que se deben impartir en dicho idioma. Señores jueces, cero es un número y 0% es un porcentaje.
  2. Los políticos que no saben qué deben hacer los jueces. La Generalitat quiere presentar en su recurso un informe en el que demuestran que los alumnos catalanes dominan el castellano tan bien (o tan mal) como los alumnos del resto de España. Los jueces no deben evaluar el resultado del incumplimiento o cumplimiento de la ley. Deben evaluar si se cumple la ley. Si una ley funciona mal, la debe corregir el poder legislativo; el juez debe aplicarla aunque no funcione (y que Montesquieu me desmienta).
  3. Los políticos que no saben torear. Cuando la ley te obliga a hacer algo, es bueno tener algo de imaginación en lugar de montar el pollo. Francisco Camps, ahora que está menos ocupado, puede impartir cursillos de cómo pasarse entre los muslos una asignatura obligatoria que no le gusta utilizando el recurso de la lengua vehicular.
  4. Los ciudadanos que magnifican la influencia de la escuela, no saben qué efecto tiene. Si obligan a tu hijo a estudiar una asignatura en castellano, su castellanización será mucho menor que la producida por la televisión. ¿O vas a ejercer de talibán y prohibirle que vea Bob Esponja hasta que la emitan por TV3?
Claro que también puede ser que quien no sepa sea yo. Que yo no sepa que los jueces pueden retorcer la leyes hasta que acaben diciendo lo que ellos creen justo. Que yo no sepa que los políticos presentan recursos para que los lean los votantes y no los jueces. Que yo no sepa que a los políticos les conviene más, a veces, un  áspero conflicto que una buena solución. Que yo no sepa que existen padres que se creen capaces de aislar a sus hijos de toda influencia perniciosa.

P.D.  Creo que mis hijos dominan razonablemente el castellano, se les queda alguna ele enganchada al paladar, pero nada más.