Hace cincuenta años, yo entonces era un crío, la Sagrada Familia de Barcelona sólo tenía las cuatro torres de la fachada del Nacimiento. Lo recuerdo porque la pastelería del barrio, llamada como el templo, utilizaba la imagen de esa fachada en los papeles de envolver pasteles.
En estos cincuenta años, el monumento ha ido creciendo: se ha construido la fachada de la Pasión, se avanza en la construcción de las naves, las torres de Jesucristo y la Virgen María superan en altura a las torres de las fachadas ... y, hace unas semanas, se coronó la torre de la Virgen María con una estrella de doce puntas. El hito fue merecedor de ceremonia de inauguración con titulares en prensa, asistencia de políticos y mensaje del Papa.
Ejerciendo un papel a medio camino entre el turista y el jubilado, ayer me acerqué a ver cómo había quedado. En una precisa metáfora sobre los méritos y el reconocimiento en la vida laboral, una grúa de la que nadie había hablado se erigía por encima de la estrella protagonista.
