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miércoles, 21 de septiembre de 2016

La delgada línea entre lo admirable y lo vergonzoso.

Hace pocos días me llegaron dos noticias sobre el deporte y los valores.
La primera, bastante desagradable, hablaba de un partido amañado entre dos equipos cadetes de fútbol. Para mi mayor escarnio, uno de los equipos implicados es de mi pueblo.
La segunda era bastante más positiva y venía acompañada de numerosos comentaros elogiosos. Venía, ademas, acompañado de unas imágenes impactantes. Jonathan Brownlee, un triatleta de primer nivel, llegaba destacado a la línea de meta. Se trataba de la última prueba de la Copa del Mundo, una competición por puntos. Si llegaba primero y su principal rival no llegaba entre los tres primeros, era campeón. Si llegaba segundo y su principal rival no llegaba entre los cinco primeros, también era campeón. Estaba cantado que sería campeón. Pero a falta de 300 metros, Jonathan Brownlee sufrió un desvanecimiento. Fue avanzado por el segundo. Le alcanzó el tercero, su hermano Alistair Brownlee. Alistair Brownlee lo coge por los hombros y le acompaña hasta la meta haciendo que su hermano llegue segundo. Les sirvió de poco. Su principal rival, Mario Mola, llegó quinto y la Copa del Mundo fue para él. Todo el mundo comparte en las redes sociales el bello gesto de Alistair Brownlee.
Si embargo, si analizamos bien lo sucedido, los hermanos Brownlee hicieron lo mismo que Gimnàstic y Cornellá: falsearon la competición entre ellos para perjudicar a un tercero.